3. Eliminad La Tentación.
La mancha oscura permanece.
A pesar de los miles de años de experiencia y progreso, la misma mancha oscura que ensució las primeras páginas de la historia permanece para desfigurar nuestra civilización moderna. La embriaguez, con todas sus consecuencias, se halla dondequiera que vayamos. A pesar de los nobles esfuerzos de los obreros de la temperancia, el mal ha ganado terreno.
Se han redactado leyes permisivas, pero la regulación legal no ha detenido su avance, salvo en territorios comparativamente 181 limitados (Christian Temperance and Bible Hygiene, pág. 29).
El producto de las leyes permisivas.
El producto de las leyes permisivas. Mediante el pago de una suma miserable se concede a los hombres la licencia para expender a sus semejantes el brebaje que les robará todo aquello que hace deseable esta vida y toda esperanza de la vida venidera. Ni el legislador ni el vendedor de bebidas ignoran el resultado de su obra. En el mostrador del hotel, en la cervecería, en la taberna, el esclavo del apetito dilapida sus medios por aquello que destruye la razón, la salud y la felicidad. El vendedor de bebidas colma sus arcas con el dinero que debiera proporcionar alimento y vestido para la familia del pobre borracho.
Esta es la peor clase de latrocinio. Sin embargo hombres que ocupan cargos relevantes en la sociedad y en la iglesia prestan su influencia en favor de las leyes permisivas. ¿Y por qué? ¿Porque pueden cobrar alquileres más altos cediendo sus edificios a los traficantes de bebidas? ¿Porque eso es deseable para conseguir el apoyo político de sus intereses en el alcohol? ¿Porque esos profesos cristianos están ellos mismos complaciéndose secretamente en el tentador veneno?
Por cierto, un amor noble y abnegado por la humanidad no autorizaría a los hombres a incitar a sus semejantes a destruirse a sí mismos.
Las leyes que permiten la venta de bebidas alcohólicas han llenado nuestros pueblos y ciudades, y hasta nuestras aldeas y caseríos aislados de engaños y trampas para los pobres y débiles esclavos del apetito. Los que tratan de reformarse están circundados diariamente por la tentación. La terrible sed del borracho exige ser satisfecha. Por todas partes hay fuentes de destrucción. ¡Ay, cuán a menudo su fuerza moral es vencida! ¡cuán a menudo sus convicciones son silenciadas! El bebe y cae. Siguen noches de libertinaje, días de estupor, imbecilidad y miseria. Así, paso a paso, la obra prosigue, hasta que el hombre que una vez fuera un buen ciudadano, un esposo y padre bondadoso, parece haberse convertido en un demonio.
Imaginemos que esos funcionarios que al comienzo [del año] concedieron licencia a los traficantes de bebidas, pudiesen [al fin del año] contemplar un cuadro fiel de los resultados del expendio de bebidas realizado en virtud de esa licencia.
Está abierta ante ellos en sus asombrosos 182 y terribles detalles, y ellos saben que todo responde a la realidad. Allí están los padres, madres e hijos cayendo bajo la mano del asesino; allí están las miserables víctimas del frío y del hambre y de sucias y repugnantes enfermedades, criminales encerrados en oscuros calabozos, víctimas de la locura torturados por visiones de enemigos y de monstruos. Allí están los padres de cabellos grises lamentando a los que fueran hijos promisorios y bellas hijas descendidos prematuramente a la tumba. . . .
Día tras día los clamores de agonía arrancados de los labios de la mujer e hijos del borracho ascienden al cielo. Todo esto es lo que el vendedor de bebidas puede añadir a sus ganancias. Y esta obra infernal se realiza ¡bajo el amplio sello de la ley! Así se corrompe la sociedad, los presidios y las cárceles están atestados de pobres y criminales y la horca es provista de víctimas. El mal no termina con el borracho y su infeliz familia. Las cargas de los impuestos aumentan, la moralidad de la juventud corre peligro, así como la propiedad y hasta la vida de cada miembro de la sociedad. Pero por más vívidamente que se presente el cuadro, nunca alcanzará a describir la realidad. Ninguna pluma humana puede bosquejar completamente los horrores de la intemperancia.
Si el único mal derivado de la venta de bebidas alcohólicas fuese la crueldad y la negligencia manifestada por los padres intemperantes hacia sus hijos, esto solo debería bastar para condenar y destruir su expendio. No sólo el borracho hace miserable la vida de sus hijos, sino que mediante su pecaminoso ejemplo los guía también a ellos por la senda del crimen.
¿Cómo pueden hombres y mujeres cristianos tolerar este mal? Si las naciones bárbaras robaran nuestros hijos y los maltrataran en la forma como los padres intemperantes maltratan a sus descendientes, toda la cristiandad se levantaría para poner fin a la afrenta. Pero en un país pretendidamente gobernado por principios cristianos, el sufrimiento y el pecado impuestos sobre la inocente e indefensa niñez por la venta y el uso de las bebidas embriagantes ¡son considerados un mal necesario! (Review and Herald, 8-11- 1881).
Bajo la protección de la ley.
Muchos abogan porque se cobren patentes a los traficantes en alcoholes pensando que así se pondrá coto al mal de la bebida. Pero conceder 183 patente a dicho tráfico equivale a ponerlo bajo la protección de las leyes. El gobierno sanciona entonces su existencia, y fomenta el mal que pretende restringir. Al amparo de las leyes de patentes, las cervecerías, las destilerías y los establecimientos productores de vinos se extienden por todo el país, y el tabernero hace su obra nefanda a nuestras mismas puertas.
En muchos casos se le prohíbe vender bebidas alcohólicas al que ya está ebrio o se conoce como borracho habitual; pero la obra de convertir en borrachos a los jóvenes sigue adelante. La existencia de este negocio depende de la sed de alcohol que se fomente en la juventud. Al joven se le va pervirtiendo poco a poco hasta que el hábito de la bebida queda arraigado, y se le despierta la sed, que, cueste lo que cueste, ha de satisfacer. Menos daño se haría suministrando bebidas al borracho habitual, cuya ruina, en la mayoría de los casos, es ya irremediable, que en permitir que la flor de nuestra juventud se pierda por medio de tan terrible hábito.
Al conceder patente al tráfico de alcoholes, se expone a constante tentación a los que intentan reformarse. Se han fundado instituciones para ayudar a las víctimas de la intemperancia a dominar sus apetitos. Tarea noble es ésta; pero mientras la venta de bebidas siga sancionada por la ley, los beodos sacarán poco provecho de los asilos fundados para ellos.
No pueden permanecer siempre allí. Deben volver a ocupar su lugar en la sociedad. La sed de bebidas alcohólicas, si bien refrenada, no quedó anulada, y cuando la tentación los asalta, como puede hacerlo a cada paso, aquéllos vuelven demasiado a menudo a caer en ella.
El dueño de un animal peligroso, que, a sabiendas, lo deja suelto, responde ante la ley por el mal que cause el animal.
En las leyes dadas a Israel, el Señor dispuso que cuando una bestia peligrosa causara la muerte de un ser humano, el dueño de aquélla debía expiar con su propia vida su descuido o su perversidad. De acuerdo con este mismo principio, el gobierno que concede patentes al vendedor de bebidas debiera responder de las consecuencias del tráfico. Y si es un crimen digno de muerte dejar suelto un animal peligroso, ¿cuánto mayor no será el crimen que consiste en sancionar la obra del vendedor de bebidas? 184
Concédense patentes en atención a la renta que producen para el tesoro público. Pero, ¿qué es esta renta comparada con los enormes gastos que ocasionan los criminales, los locos, el pauperismo, frutos todos del comercio del alcohol? Estando bajo la influencia de la bebida, un hombre comete un crimen; se le procesa, y quienes legalizaron el tráfico de las bebidas se ven obligados a encarar las consecuencias de su propia obra. Autorizaron la venta de bebidas que privan al hombre de la razón, y ahora tienen que mandar a este hombre a la cárcel o a la horca, dejando a menudo sin recursos a una viuda y sus hijos, quienes quedarán a cargo de la comunidad en que vivan.
Si se considera tan sólo el aspecto financiero del asunto, ¡Cuán insensato es tolerar semejante negocio! Pero, ¿qué rentas pueden compensar la pérdida de la razón, el envilecimiento y la deformación de la imagen de Dios en el hombre, así como la ruina de los niños que, reducidos al pauperismo y a la degradación, perpetuarán en sus propios hijos las malas inclinaciones de sus padres beodos? (El Ministerio de Curación, págs. 263-265).
Lo que puede lograr la prohibición.
El hombre que contrajo el hábito de la bebida se encuentra en una situación desesperada. Su cerebro está enfermo y su voluntad debilitada. En lo que toca a su propia fuerza, sus apetitos son ingobernables. No se puede razonar con él ni persuadirle a que se niegue a sí mismo. El que ha sido arrastrado a los antros del vicio, por mucho que haya resuelto no beber más, se ve inducido a llevar de nuevo la copa a sus labios; y apenas pruebe la bebida, sus más firmes resoluciones quedarán vencidas, y aniquilado todo vestigio de voluntad. . . . Al legalizar el tráfico de las bebidas alcohólicas, la ley sanciona la ruina del alma, y se niega a contener el desarrollo de un comercio que llena al mundo de males.
¿Debe esto continuar así? ¿Seguirán las almas luchando por la victoria, teniendo ante ellas y abiertas de par en par las puertas de la tentación? ¿Continuará la plaga de la intemperancia siendo baldón del mundo civilizado? ¿Seguirá arrasando, año tras año, como fuego consumidor, millares de hogares felices? Cuando un buque zozobra a la vista de la ribera, los espectadores no permanecen indiferentes. Hay quienes arriesgan la vida para ir en auxilio de hombres y mujeres a punto de hundirse en el abismo. 185 ¿Cuánto más esfuerzo no debe hacerse para salvarlos de la suerte del borracho?
El borracho y su familia no son los únicos que corren peligro por culpa del que expende bebidas, ni es tampoco el recargo de impuestos el mayor mal que acarrea su tráfico. Estamos todos entretejidos en la trama de la humanidad. El mal que sobreviene a cualquier parte de la gran confraternidad humana entraña peligros para todos.
Más de uno, que seducido por amor al lucro o a la comodidad no quiso preocuparse para que se restringiese el tráfico de bebidas, advirtió después demasiado tarde que este tráfico le afectaba. Vio a sus propios hijos embrutecidos y arruinados. La anarquía prevalece. La propiedad peligra. La vida no está segura. Multiplícanse las desgracias en tierra y mar.
Las enfermedades que se engendran en las guaridas de la suciedad y la miseria penetran en las casas ricas y lujosas.
Los vicios fomentados por los que viven en el desorden y el crimen infectan a los hijos de las clases de refinada cultura.
No existe persona cuyos intereses no peligren por causa del comercio de las bebidas alcohólicas. No hay nadie que por su propia seguridad no debiera resolverse a aniquilar este tráfico (El Ministerio de Curación, págs. 265, 266).
Nunca podrá haber una sociedad justa mientras existan estos males, y no podrá efectuarse ninguna reforma verdadera hasta que la ley cierre las tabernas, no sólo los domingos, sino todos los días de la semana. El cierre de esos locales promovería el orden público y la felicidad doméstica (Signs of the Times, 11-2-1886).
La honra de Dios, la estabilidad de la nación, el bienestar de la sociedad, del hogar y del individuo, exigen cuanto esfuerzo sea posible para despertar al pueblo y hacerle ver los males de la intemperancia. Pronto percibiremos el resultado de este terrible azote mejor de lo que lo notamos ahora. ¿Quién se esforzará resueltamente por detener la obra de destrucción? Apenas si ha comenzado la lucha. Alístese un ejército que acabe con la venta de los licores ponzoñosos, que enloquecen a los hombres. Póngase de manifiesto el peligro del tráfico de bebidas, y créese una opinión pública que exija su prohibición. Otórguese a los que han perdido la razón por la bebida una oportunidad para escapar de la esclavitud. Exija la voz de la nación a sus legisladores que suprima 186 tan infame tráfico (El Ministerio de Curación, págs. 267, 268).
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