4. EL EJEMPLO DE DANIEL.
No podemos tener una correcta comprensión del tema de la temperancia hasta que lo consideremos desde el punto de vista de la Biblia. Y en ninguna parte podremos encontrar una ilustración más abarcante y convincente de la verdadera temperancia y las bendiciones que la acompañan que la que brinda la historia del profeta Daniel y sus compañeros en la corte de Babilonia (Signs of the Times, 6-12-1910).
Cuando el pueblo de Israel, su rey, sus nobles y sacerdotes, fueron llevados a la cautividad, se eligieron de entre ellos cuatro personas para servir en la corte del rey de Babilonia. Uno de estos era Daniel, quien en su temprana juventud prometía llegar a la notable capacidad desarrollada en los años posteriores. Estos jóvenes eran todos de principesco abolengo, y se los describe como muchachos en quienes no había "tacha alguna, y de buen parecer, y enseñados en toda sabiduría, y sabios en ciencia, y de buen entendimiento, e idóneos para estar en el palacio del rey"(Daniel 1:4).
Percibiendo los talentos superiores de estos jóvenes cautivos, el rey Nabucodonosor determinó preparar 134 los para ocupar importantes posiciones en su reino. A fin de que pudieran estar plenamente capacitados para la vida en la corte, de acuerdo con la costumbre oriental había de enseñárseles el idioma de los caldeos, y debían estar sujetos durante tres años a un curso completo de disciplina física e intelectual.
Afrontando la prueba.
Entre las viandas colocadas ante el rey se hallaba la carne de cerdo y otras carnes declaradas inmundas por la ley de Moisés, y que a los hebreos les habían sido expresamente prohibidas como alimento. Aquí Daniel fue colocado en una severa prueba. ¿Se adheriría él a las enseñanzas de sus padres concernientes a las carnes y bebidas, y ofendería al rey y probablemente perdería no solamente su posición sino su vida? ¿O desobedecería el mandamiento del Señor, y retendría el favor del rey, obteniendo así grandes ventajas intelectuales y las más halagüeñas perspectivas mundanas? Daniel no dudó por mucho tiempo. Decidió permanecer firme en su integridad, cualquiera fuera el resultado. "Propuso en su corazón de no contaminarse en la ración de la comida del rey, ni en el vino de su beber"(Dan. 1: 8).
Ni estrecho, ni fanático.
Hay muchos entre los profesos cristianos hoy que considerarían a Daniel demasiado exigente, y lo clasificarían como estrecho o fanático. Ellos consideran el asunto de comer y beber como de poca consecuencia para exigir una norma tan decidida, que envolvía el probable sacrificio de toda ventaja terrenal. Pero aquellos que razonan así encontrarán en el día del juicio que se han apartado de los expresos mandatos de Dios, y establecido su propia opinión como una norma de lo correcto e incorrecto.
Encontrarán que lo que les parecía de poca importancia no era considerado así por Dios. Los requerimientos divinos deben ser sagradamente obedecidos. Los que aceptan y obedecen uno de los preceptos de Dios porque es conveniente hacerlo, mientras que rechazan otro porque su observancia requeriría sacrificio, bajan la norma de la justicia, y por su ejemplo inducen a otros a considerar livianamente la santa ley de Dios. El "así ha dicho el Señor" ha de ser nuestra regla en todas las cosas.
Un carácter intachable.
Daniel estaba sujeto a las más severas tentaciones que pueden asaltar a los jóvenes de hoy en día; sin embargo era fiel a la instrucción religiosa 135 recibida en los primeros años. Se hallaba rodeado por influencias calculada para trastornar a los que vacilasen entre los principios y las inclinaciones; sin embargo, la Palabra de Dios los presenta como un carácter intachable. Daniel no osó confiar en su propio poder moral.
La oración era para él una necesidad.
Hizo de Dios su fortaleza, y el temor del Señor estaba constantemente delante de él en todas las transacciones de la vida. Daniel poseía la gracia de la genuina mansedumbre. Era leal, firme y noble. Trató de vivir en paz con todos, y sin embargo era imposible de torcer, como el glorioso cedro, dondequiera que hubiera un principio envuelto. En todo lo que no ofreciera conflicto con su lealtad a Dios, era respetuoso y obediente hacia aquellos que tenían autoridad sobre él; pero tenía un concepto tan alto de las exigencias divinas que los requerimientos de los gobernantes terrenales eran colocados en un lugar subordinado.
Ninguna consideración egoísta lo inducía a desviarse de su deber.
El carácter de Daniel es presentado al mundo como un notable ejemplo de lo que la gracia de Dios puede hacer por los hombres caídos por naturaleza y corrompidos por el pecado. El registro que tenemos de su vida noble y abnegada es un motivo de aliento para el común de los hombres. De él podemos obtener fuerza para resistir noble y firmemente la tentación, y con la gracia de la mansedumbre, perseverar en todo lo recto, bajo la más severa prueba.
La aprobación de Dios vale más que la vida.
Daniel podría haber encontrado una excusa plausible para apartarse de sus hábitos estrictamente temperantes; pero la aprobación de Dios era más cara para el que el favor del más poderoso potentado terrenal, más cara aún que la vida misma. Habiendo obtenido, por su conducta cortés, el favor de Melsar, el funcionario que estaba a cargo de los jóvenes hebreos, Daniel solicitó para ellos la franquicia de no comer de la comida del rey, ni del vino de su beber.
Melsar temía que si accedía a este pedido, incurriría en el desagrado del rey, y así pondría en peligro su propia vida.
Como muchos en el día de hoy, pensaba que un régimen frugal haría que estos jóvenes aparecieran pálidos y enfermizos, y fueran deficientes en fuerza muscular, en tanto que el alimento abundante de la mesa del rey los haría sonrosados y hermosos, y promovería la actividad física y mental. 136
Daniel pidió que el asunto fuera decidido después de una prueba de diez días: a los jóvenes hebreos, durante este breve período, se les permitiría comer alimentos sencillos, en tanto que sus compañeros participaran de los alimentos dedicados al rey. Por fin el pedido fue concedido, y Daniel se sintió seguro de que había ganado su causa. Aunque era sólo un joven, había visto los efectos perjudiciales del vino y de una vida lujuriosa sobre la salud física y mental.
Dios vindica a sus siervos.
Al final de los diez días el resultado fue completamente opuesto a las expectativas de Melsar. No solamente en la apariencia personal, sino en la actividad y el vigor físico y mental, los que habían sido temperantes en sus hábitos exhibieron una notable superioridad sobre sus compañeros que habían complacido el apetito.
Como resultado de esta prueba, Daniel y sus asociados recibieron el permiso de continuar su sencillo régimen alimentario durante todo el curso de educación que siguieran para los deberes del reino. El Señor consideró con aprobación la firmeza y la abnegación de estos jóvenes hebreos, y su bendición los acompañó. "Dióles Dios conocimiento e inteligencia en todas letras y ciencia; mas Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños"(Dan. 1:17).
A la expiración de los tres años de educación, cuando su capacidad y sus adquisiciones fueron probadas por el rey, "no fue hallado entre todos ellos otro como Daniel, Ananías, Misael, y Azarías: y así estuvieron delante del rey. Y en todo negocio de sabiduría e inteligencia que el rey les demandó, hallólos diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que había en todo su reino"(Daniel 1:19, 20).
Dominio propio, una condición de la santificación.
La vida de Daniel es una ilustración inspirada de lo que constituye un carácter santificado. Presenta una lección para todos, y especialmente para los jóvenes. El cumplimiento estricto de los requerimientos de Dios es benéfico para la salud del cuerpo y la mente. A fin de alcanzar las más altas condiciones morales e intelectuales, es necesario buscar sabiduría y fuerza de Dios, y observar la estricta temperancia en todos los hábitos de la vida.
En la experiencia de Daniel y de sus compañeros tenemos un ejemplo del triunfo de los principios sobre la tentación a complacer el apetito. Nos muestra que por medio de los principios religiosos los jóvenes 137 pueden triunfar sobre el apetito de la carne, y permanecer leales a los requerimientos divinos, aun cuando ello les costase un gran sacrificio.
¿Qué habría acontecido si Daniel y sus compañeros hubieran transigido con los funcionarios paganos y hubieran cedido a la presión de la oportunidad, comiendo y bebiendo como era usual para los babilonios? Este solo abandono de los principios habría debilitado su sentido de lo justo y su aborrecimiento de lo erróneo.
La complacencia del apetito habría envuelto el sacrificio del vigor físico, la claridad del intelecto, y el poder espiritual.
Un paso falso habría conducido probablemente a otros, hasta que, al cortarse su vinculación con el cielo, habrían sido arrastrados por la tentación. Dios ha dicho: "Honraré a los que me honran" (1 Samuel 2:30). Mientras Daniel se aferró a su Dios con inconmovible confianza, el espíritu del poder profético vino sobre él. Mientras era instruido por los hombres en los deberes de la corte, Dios le enseñaba a leer los misterios de las edades futuras, y a presentar a las generaciones del porvenir por medio de símbolos y símiles, los maravillosos acontecimientos que habrían de suceder en los últimos días
(La Edificación del Carácter y la Formación de la Personalidad, págs. 21-29).
Los jóvenes hebreos no obraron presuntuosamente, sino confiando firmemente en Dios. No decidieron singularizarse, aunque preferían eso antes que deshonrar a Dios (Profetas y Reyes, pág. 354).
La recompensa de la temperancia es para nosotros también.
Los hebreos cautivos fueron hombres con las mismas pasiones que nosotros. En medio de las seductoras influencias de la fastuosa corte de Babilonia permanecieron firmes. Los jóvenes de hoy están rodeados de incitaciones a la complacencia propia. Especialmente en nuestras grandes ciudades, cada forma de complacencia sensual se hace fácil y tentadora.
Los que, como Daniel, rehúsan corromperse a sí mismos, cosecharán la recompensa de los hábitos de temperancia.
Con su vigor físico más desarrollado y mayor poder de resistencia, tendrán como un depósito bancario al cual echar mano en caso de emergencia.
Los hábitos físicos correctos promueven la superioridad mental.
El poder intelectual, el vigor físico, y la extensión 138 de la vida dependen de leyes inmutables. La naturaleza de Dios no interferirá para preservar a los hombres de las consecuencias de violar los requerimientos de la misma. Quien lucha por la victoria debe ser moderado en todas las cosas. La claridad de mente y la firmeza de propósito de Daniel, su poder de adquirir conocimiento y de resistir la tentación, se debieron en gran medida a la sencillez de su dieta, en relación con su vida de oración.
Hay mucha verdad áurea en el adagio: "Cada hombre es el arquitecto de su propia fortuna". Si bien es cierto que los padres son responsables de moldear el carácter como de la educación y preparación de sus hijos, también es cierto que nuestra posición y nuestra utilidad en el mundo dependen en alto grado de nuestro propio curso de acción. Daniel y sus compañeros gozaron de los beneficios de una correcta preparación y educación en su vida temprana, pero estas ventajas solas no podrían haber hecho de ellos lo que fueron. Vino el tiempo cuando debían actuar por sí mismos, cuando su futuro dependía de su propio curso de acción. Entonces decidieron ser fieles a las lecciones que recibieron en la niñez. El temor de Dios, que es el principio de la sabiduría, fue el fundamento de su grandeza (Youth's Instructor, 9-7-1903).
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