2. El Obrero de Temperancia
Se demanda obra personal.
La obra misionera no consiste meramente en predicar. Incluye trabajo personal en favor de los que han abusado de su salud y se han colocado a sí mismos donde no tienen poder moral para dominar sus apetitos y pasiones. Ha de trabajarse tanto por estas almas como por las otras que están más favorablemente situadas. Nuestro mundo está lleno de personas que sufren (Evangelismo, pág. 198).
El ejemplo de dominio propio.
Los que se dominan a sí mismos son aptos para trabajar por los débiles y errantes. Tratarán con ellos con ternura y paciencia. Por su propio ejemplo mostrarán qué es lo correcto, luego tratarán de colocar a los errantes allí donde estarán bajo buenas influencias.
"Desde los días de vuestros padres os habéis apartado de mis leyes, y no las guardasteis. Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mas dijisteis: ¿En qué hemos de volvernos?"
Si alguno de ustedes halla a otros que están en la incertidumbre acerca de lo que deben hacer, Uds. deben mostrárselo. Todos debieran estar empeñados en la obra de salvar almas. Todos debieran estar preparados para dar instrucción acerca de la ciencia de la salvación (Manuscrito 38 1/2, 1905).
Sed compasivos y misericordiosos.
Tratemos de aprender cómo alcanzar a la gente. No hay mejor manera de hacerlo que ser compasivo y misericordioso.
Si sabéis de quienes están enfermos o necesitados de asistencia, ayudadlos tratando de aliviarlos en su dolencia.
Al hacer esta obra, el poder del Señor hablará al alma mediante ella (General Conference Bulletin, 23-4-1901).
Ganad por la simpatía y el amor.
Las personas se sienten atraídas por la simpatía y el amor, y muchos pueden ser ganados de esta forma a las filas de Cristo y la reforma. Pero no han de ser obligados ni impulsados. La tolerancia, el candor, la consideración y la cortesía cristianas hacia los que no ven la verdad como nosotros la vemos, ejercerán una influencia 117 poderosa para el bien. Debemos aprender a no ir demasiado rápido y a exigir demasiado de los que están recién convertidos a la verdad (Manuscrito 1, 1878).
Fomentad las pequeñas atenciones.
En todas nuestras relaciones hemos de tener presente que en la experiencia ajena hay capítulos sellados en que no penetran las miradas de los mortales. En las páginas del recuerdo hay historias tristes que son inviolables para los ojos ajenos. Hay consignadas allí largas y rudas batallas libradas en circunstancias críticas, tal vez dificultades de familia que día tras día debilitan el ánimo, la confianza y la fe. Los que pelean la batalla de la vida contra fuerzas superiores pueden recibir fortaleza y aliento merced a menudas atenciones que sólo cuentan un esfuerzo de amor. Para ellos, el fuerte apretón de mano de un amigo verdadero vale más que oro y plata. Las palabras de bondad son tan bien recibidas como las sonrisas de ángeles (El Ministerio de Curación, pág. 115).
Ofreced algo mejor - No ataquéis.
Poca utilidad tiene el intento de reformar a los demás atacando de frente lo que consideremos malos hábitos suyos.
Tal proceder resulta a menudo más perjudicial que benéfico. En su conversación con la samaritana, en vez de desacreditar el pozo de Jacob, Cristo presentó algo mejor. "Si conocieses el don de Dios -dijo-, y quién es el que te dice: Dame de beber: tú pedirías de él, y él te daría agua viva"(Juan 4: 10). Dirigió la plática al tesoro que tenía para regalar y ofreció a la mujer algo mejor de lo que ella poseía: el agua de vida, el gozo y la esperanza del Evangelio.
Esto ilustra la manera en que nos toca trabajar. Debemos ofrecer a los hombres algo mejor de lo que tienen, es decir la paz de Cristo, que sobrepuja todo entendimiento. Debemos hablarles de la santa ley de Dios, trasunto fiel de su carácter y expresión de lo que él desea que lleguen a ser. Mostradles cuán infinitamente superior a los goces y placeres pasajeros del mundo es la imperecedera gloria del cielo. Habladles de la libertad y descanso que se encuentran en el Salvador. Afirmó: "El que bebiere del agua que yo le daré, para siempre no tendrá sed"(vers. 14).
Levantad en alto a Jesús y clamad: "He aquí el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo"(S. Juan 1:29).
El solo puede satisfacer el ardiente deseo del corazón y dar paz al alma. 118
Abnegados, bondadosos, corteses.
De todos los habitantes del mundo, los reformadores deben ser los más abnegados, bondadosos y corteses. En su vida debe manifestarse la verdadera bondad de las acciones desinteresadas. El que al trabajar carece de cortesía, que se impacienta por la ignorancia y aspereza de otros, que habla descomedidamente u obra atolondradamente, puede cerrar la puerta de los corazones de modo que nunca podrá llegar a ellos.
Como el rocío y las lluvias suaves caen sobre las plantas agostadas, caigan también con suavidad vuestras palabras cuando procuréis sacar a los hombres del error. El plan de Dios consiste en llegar primero al corazón. Debemos decir la verdad con amor, confiados en que él le dará poder para reformar la conducta. El Espíritu Santo aplicará al alma la palabra dicha con amor.
Por naturaleza somos egoístas y tercos. Pero si aprendemos las lecciones que Cristo desea darnos, nos haremos partícipes de su naturaleza, y de entonces en adelante viviremos su vida. El ejemplo admirable de Cristo, la incomparable ternura con que compartía los sentimientos de los demás, llorando con los que lloraban, regocijándose con los que se regocijaban, deben ejercer honda influencia en el carácter de los que le siguen con sinceridad. Con palabras y actos bondadosos tratarán de allanar el camino para los pies cansados (El Ministerio de Curación, págs. 114, 115).
La moneda perdida es todavía preciosa.
En la parábola del Salvador, aunque la dracma perdida estaba en el polvo y la basura, no dejaba de ser una moneda de plata. Su dueña la buscó porque tenía valor. Así también toda alma, por degradada que esté por el pecado, es preciosa a la vista de Dios. Como la moneda llevaba la imagen y la inscripción del monarca reinante, así también el hombre cuando fue creado recibió la imagen y la inscripción de Dios. Aunque empeñada y deteriorada por el pecado, el alma humana guarda aún vestigios de dicha inscripción. Dios desea recuperar esta alma, y estampar nuevamente en ella su propia imagen en justicia y santidad.
¡Cuán poco simpatizamos con Cristo en aquello que debiera ser el lazo de unión más fuerte entre nosotros y él, esto es, la compasión por los depravados, culpables y dolientes, que están muertos en delitos y pecados! La inhumanidad del hombre para con el hombre es nuestro 119 mayor pecado. Muchos se figuran que están representando la justicia de Dios, mientras que dejan por completo de representar su ternura y su gran amor. Muchas veces aquellos a quienes tratan con aspereza y severidad están pasando por alguna violenta tentación. Satanás se está ensañando en aquellas almas, y las palabras duras y despiadadas las desalientan y las hacen caer en las garras del tentador (El Ministerio de Curación, págs. 120, 121).
No se censure a la oveja extraviada.
La parábola de la oveja perdida es una eficaz ilustración del amor del Salvador por los que yerran. El Pastor deja a las noventa y nueve al abrigo del redil mientras sale a buscar a la oveja perdida, a punto de perecer; cuando la halla, la pone sobre su hombro, y regresa con regocijo. No buscó faltas en la oveja descarriada; no dijo: "Que se vaya, si quiere"; sino que salió por entre el temporal de agua y nieve para salvar a la que estaba perdida. Pacientemente prosiguió su búsqueda hasta que halló el objeto de su preocupación.
Así debemos tratar al que yerra, al descarriado. Debiéramos estar dispuestos a sacrificar nuestra propia comodidad cuando está en peligro un alma por la cual Cristo murió. Jesús dijo: "Habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento". Así como se manifestó gozo por el hallazgo de la oveja perdida, los verdaderos siervos de Cristo manifestarán gozo y gratitud rebosantes cuando sea salvada un alma de la muerte (Manuscrito 1, 1878).
Cristo nos mostrará cómo.
Somos invitados a trabajar con energía más que humana, a obrar con el poder que hay en Cristo Jesús.
El que condescendió a tomar la naturaleza humana es el que nos mostrará como dirigir la batalla. Cristo dejó su obra en nuestras manos y hemos de luchar con Dios, impetrando día y noche el poder invisible. Echando mano de Dios por intermedio de Jesucristo es como ganaremos la victoria (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 399).
La gratitud de los salvados.
El valor de un alma no puede ser plenamente comprendido por mentes finitas. ¡Con cuánta gratitud los rescatados y glorificados recordarán a los que fueron instrumentos para su salvación! Nadie lamentará en aquel día sus esfuerzos abnegados y labores perseverantes, su paciencia, tolerancia y fervientes anhelos del 120 corazón por las almas que podrían haberse perdido si hubiese descuidado su deber o si se hubiese cansado de bien hacer (Manuscrito 1, 1878).
Salvaguardias para el obrero.
Las tentaciones a que estamos expuestos cada día hacen de la oración una necesidad. Todo camino está sembrado de peligros. Los que procuran rescatar a otros del vicio y de la ruina están especialmente expuestos a la tentación.
En continuo contacto con el mal, necesitan apoyarse fuertemente en Dios, si no quieren corromperse. Cortos y terminantes son los pasos que conducen a los hombres desde las alturas de la santidad al abismo de la degradación.
En un solo momento pueden tomarse resoluciones que determinen para siempre el destino personal. Al no obtener la victoria una vez, el alma queda desamparada. Un hábito vicioso que dejemos de reprimir se convertirá en cadenas de acero que sujetarán a todo el ser.
Muchos se ven abandonados en la tentación porque no han tenido la vista siempre fija en el Señor. Al permitir que nuestra comunión con Dios se interrumpa, perdemos nuestra defensa. Ni aun todos vuestros buenos propósitos e intenciones os capacitarán para resistir al mal. Tenéis que ser hombres y mujeres de oración. Vuestras peticiones no deben ser lánguidas, ocasionales, ni caprichosas, sino ardientes, perseverantes y constantes. No siempre es necesario arrodillarse para orar. Cultivad la costumbre de conversar con el Salvador cuando estéis solos, cuando andéis o estéis ocupados en vuestro trabajo cotidiano. Elévese el corazón de continuo en silenciosa petición de ayuda, de luz, de fuerza, de conocimiento.
Sea cada respiración una oración.
Protección para los que confían en Dios.
Como obreros de Dios, debemos llegar a los hombres doquiera estén, rodeados de tinieblas, sumidos en el vicio y manchados por la corrupción. Pero mientras afirmemos nuestro pensamiento en Aquel que es nuestro sol y nuestro escudo, el mal que nos rodea no manchará nuestras vestiduras. Mientras trabajemos para salvar las almas prontas a perecer, no seremos avergonzados si ponemos nuestra confianza en Dios. Cristo en el corazón, Cristo en la vida: tal es nuestra seguridad. La atmósfera de su presencia llenará el alma de aborrecimiento a todo lo malo. Nuestro espíritu puede identificarse de tal modo con el suyo, que en pensamiento y propósito seremos uno con él.
(El Ministerio de Curación, págs. 408, 409). 121
La Temperancia Con Elena G. de White
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