4. Victoria Permanente
Importancia de vivir saludablemente.
Los que luchan contra el poder de los apetitos deberían ser instruidos en los principios del sano vivir. Debe mostrárselas que la violación de las leyes que rigen la salud, al crear condiciones enfermizas y apetencias que no son naturales, echa los cimientos del hábito de la bebida. Sólo viviendo en obediencia a los principios de la salud pueden esperar verse libertados de la ardiente sed de estimulantes contrarios a la naturaleza. Mientras confían en la fuerza divina para romper las cadenas de los apetitos, han de cooperar con Dios obedeciendo a sus leyes morales y físicas.
Empleo; sostén propio.
A los que se esfuerzan por reformarse se les debe proporcionar ocupación. A nadie capaz de trabajar se le debe enseñar a esperar que recibirá comida, ropa y vivienda de balde. Para su propio bien, como para el de los demás, hay que idear algún medio que le permita devolver el equivalente de lo que recibe. Aliéntese todo esfuerzo hacia el sostenimiento propio, que fortalecerá el sentimiento de la dignidad personal y una noble independencia. Además la ocupación de la mente y el cuerpo en algún trabajo útil es una salvaguardia esencial contra la tentación.
Desengaños; peligros.
Los que trabajan en pro de los caídos encontrarán tristes desengaños en muchos que prometían reformarse. Muchos no realizarán más que un cambio superficial en sus hábitos y prácticas. Los mueve el 103 impulso, y por algún tiempo parecen haberse reformado; pero su corazón no cambió verdaderamente. Siguen amándose egoístamente a sí mismos, teniendo la misma hambre de vanos placeres y deseando satisfacer sus apetitos.
No saben lo que es la edificación del carácter, y no puede uno fiarse de ellos como de hombres de principios. Han embotado sus facultades mentales y espirituales cediendo a sus apetitos y pasiones, y esto los ha debilitado. Son volubles e inconstantes. Sus impulsos tienden a la sensualidad. Tales personas son a menudo una fuente de peligro para los demás. Considerados como hombres y mujeres regenerados, se les confían responsabilidades, y se los pone en situación de corromper a los inocentes con su influencia.
La única solución es la total dependencia de Cristo.
Aun aquellos que con sinceridad procuran reformarse no están exentos del peligro de la recaída. Necesitan que se les trate con gran sabiduría y ternura. La tendencia a adular y alabar a los que fueron rescatados de los más hondos abismos, prepara a veces su ruina. La práctica de invitar a hombres y mujeres a relatar en público lo experimentado en su vida de pecado abunda en peligros, tanto para los que hablan como para los oyentes.
El espaciarse en escenas del mal corrompe la mente y el alma. Y la importancia concedida a los rescatados del vicio les es perjudicial. Algunos llegan a creer que su vida pecaminosa les ha dado cierta distinción. Así se fomenta en ellos la afición a la notoriedad y la confianza en sí mismos, con consecuencias fatales para el alma. Podrán permanecer firmes únicamente si desconfían de sí mismos y dependen de la gracia de Cristo.
Los rescatados han de ayudar a otros.
A todos los que dan pruebas de verdadera conversión se les debe alentar a que trabajen por otros. Nadie rechace al alma que deja el servicio de Satanás por el servicio de Cristo. Cuando alguien da pruebas de que el Espíritu de Dios lucha con él, alentadle para que entre en el servicio del Señor. "Recibid a los unos en piedad, discerniendo"(Jud. 22). Los que son sabios en la sabiduría que viene de Dios verán almas necesitadas de ayuda, personas que se han arrepentido sinceramente, pero que, si no se les alienta, no se atreverán a asirse de la esperanza.
El Señor incitará al corazón de sus siervos a dar la bienvenida a estos temblorosos y arrepentidos, y a invitarles a la comunión de su amor. Cualesquiera que 104 hayan sido los pecados que los asediaron antes, por muy bajo que hayan caído, si contritos acuden a Cristo, él los recibe. Dadles, pues, algo que hacer por él. Si desean procurar sacar a otros del abismo de muerte del que fueron rescatados ellos mismos, dadles oportunidad para ello. Asociadlos con creyentes experimentados, para que puedan ganar fuerza espiritual. Llenadles el corazón y las manos de trabajo para el Maestro.
Cuando la luz brille en el alma, algunos que parecían estar completamente entregados al pecado, se pondrán a trabajar con éxito en favor de pecadores tales como eran ellos. Por medio de la fe en Cristo, habrá quienes alcancen altos puestos de servicio, y se les encomendarán responsabilidades en la obra de salvar almas. Saben dónde reside su propia flaqueza, y se dan cuenta de la depravación de su naturaleza. Conocen la fuerza del pecado y el poder de un hábito vicioso. Comprenden que son incapaces de vencer sin la ayuda de Cristo, y su clamor continuo es: "A ti confío mi alma desvalida".
Estos pueden auxiliar a otros, Quien ha sido tentado y probado, cuya esperanza casi se desvaneció, pero fue salvado por haber oído el mensaje de amor, puede entender la ciencia de salvar almas. Aquel cuyo corazón está lleno de amor por Cristo porque el Salvador le buscó y le devolvió al redil, sabe buscar al perdido. Puede encaminar a los pecadores hacia el Cordero de Dios. Se ha entregado incondicionalmente a Dios, y ha sido aceptado en el Amado. La mano que el débil había alargado en demanda de auxilio fue asida. Por el ministerio de tales personas, muchos hijos pródigos volverán al Padre
(El Ministerio de Curación, págs. 132-134).
Se ayuda a sí mismo el que ayuda a los demás.
Puede llegar a ser hijo de Dios uno que está debilitado y hasta degradado por la complacencia pecaminosa. Está en su poder el hacer continuamente bien a los demás al ayudarlos a vencer la tentación; al hacerlo se estará beneficiando a sí mismo. Puede ser una luz clara y brillante en el mundo, y al fin oír la bendición: "Bien hecho, buen siervo y fiel", de los labios del Rey de gloria (Christian Temperance and Bible Hygiene, pág. 149).
La temperancia presentada desde el punto de vista del cristiano.
En Australia me encontré con un hombre que era 105 considerado libre de toda clase de intemperancia, excepto por un hábito. Fumaba. Vino a escucharnos a la carpa, y vuelto a casa una noche, según nos contó después, luchó contra el hábito del tabaco y obtuvo la victoria. Algunos de sus familiares le habían dicho que le darían cincuenta libras esterlinas si renunciaba a su tabaco, pero él no había querido hacerlo. "Pero", dijo, "cuando Uds. presentan los principios de la temperancia ante nosotros como lo han hecho, no puedo resistirlos. Uds. presentan ante nosotros la abnegación de Alguien que dio su vida por nosotros. No lo conozco ahora, pero deseo conocerlo. Nunca ofrecí una oración en mi casa. He descartado mi tabaco, pero esto es todo lo que he hecho".
Oramos con él, y después de ausentarnos le escribimos, y más tarde lo visitamos de nuevo. Finalmente llegó el momento en que se entregó a Dios, y se está convirtiendo en una verdadera columna de la iglesia en el lugar donde vive. Está trabajando con toda su alma para llevar a sus familiares al conocimiento de la verdad (Evangelism, págs. 531, 532).
Un pescador gana la victoria.
En ese lugar, un pescador acababa de ser convertido a la verdad. Aunque había usado habitualmente la hierba venenosa, por la gracia de Dios decidió abandonarla. Se le preguntó: "¿Tuvo Ud. una lucha muy dura para renunciar al tabaco?" "Yo diría que sí", contestó, "pero vi la verdad tal como me fue presentada. Aprendí que el tabaco es perjudicial. Oré al Señor que me ayudara a abandonarlo, y él me ayudó en forma señalada. Pero todavía no he decidido renunciar a mi taza de té. Esta bebida me da fuerza, y sé que si no la tomo voy a sufrir de fuertes dolores de cabeza".
Los males del uso del té le fueron presentados por la Hna. Sara McEnterfer. Ella lo animó a tener el valor moral para tratar de probar qué significaría para él renunciar a su taza de té. El dijo: "Lo haré". Dos semanas después dio su testimonio en la reunión: "Cuando dije que renunciaría al té", dijo, "me propuse hacerlo. No lo tomé, y el resultado fue un dolor de cabeza muy fuerte. Pero pensé: ¿Voy a tener que seguir usando té para evitarme el dolor de cabeza? ¿Tengo yo que depender tanto de él que cuando no lo tomo estoy en esta condición? Ahora sé que sus efectos son malos. No lo voy a tomar más. No lo tomé más desde 106 entonces, y me siento cada día mejor. La cabeza ya no me duele. Mi mente está más clara que antes. Puedo comprender mejor las Escrituras al leerlas".
Pensé en este hombre, pobre en bienes de este mundo, pero con el valor moral suficiente para cortar con los hábitos de fumar y tomar té, que traía desde la niñez. No rogó que se le concediera complacerse un poco en el mal hacer. No; vio que el tabaco y el té eran perjudiciales, y decidió que su influencia estaría del lado correcto. Ha dado evidencia de que el Espíritu Santo está trabajando en su mente y carácter para hacer de él un vaso para honra (Manuscrito 86, 1897).
Apoyaos en su fuerza.
El Señor tiene un remedio para cada persona que está asediada por un gran apetito por las bebidas fuertes o el tabaco, o por cualquier otra cosa dañina que destruye la fuerza cerebral y contamina el cuerpo. Nos pide que salgamos de entre esas cosas y, nos separemos, y no toquemos cosas inmundas. Debemos dar un ejemplo de temperancia cristiana. Debemos hacer todo lo que esté en nuestro poder mediante la abnegación y el sacrificio propio para dominar el apetito. Después de haberlo hecho todo, nos pide que nos irgamos, apoyados en su fuerza. Desea que seamos victoriosos en todo conflicto con el enemigo de nuestras almas. Desea que obremos con entendimiento, como sabios generales de un ejército, como hombres que tienen perfecto dominio sobre sí mismos (Manuscrito 38 1/2, 1905).
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