jueves, 4 de abril de 2024

05. EL PODER DEL EJEMPLO (III. EL TABACO) LA TEMPERANCIA (EGW)

 

5. El poder del ejemplo
Los mayores dan el ejemplo.
¡Cuán a menudo vemos niños de no más de ocho años fumando! Si habláis con ellos acerca de eso, dicen: "Mi padre fuma, y si le hace bien a él, me hará a mí". Señalan al ministro o al director de la escuela dominical, y dicen: "Si esos hombres buenos fuman, ciertamente yo también puedo fumar". ¿Qué otra cosa podemos esperar de los niños, con sus tendencias heredadas, cuando los mayores les dan ese ejemplo? (Christian Temperance and Bible Hygiene, pág. 18).

Popularidad del hábito del tabaco.
Tan poderoso es el hábito una vez adquirido, que fumar se hace popular. Se pone un ejemplo de pecado delante de los jóvenes. Debiera explicárselas para eliminar de su mente todo pensamiento de que fumar no es perjudicial. No se les habla de los efectos 61 perjudiciales sobre las facultades físicas, mentales y morales. . .
Si un seguidor de Cristo se aventura a dejarse llevar por la influencia de otros y se conforma a la disipación que está de moda en el mundo, está bajo el dominio de Satanás, y su pecado es aun mayor que el de los incrédulos declarados -los impíos- porque él está defendiendo falsos colores. Su vida es inconsecuente; mientras profesa ser cristiano, en la práctica está cediendo a tendencias artificiales pecaminosas que batallan contra la purificación y la elevación necesarias para el crecimiento espiritual. . . .

Adoptando el hábito, en la práctica están en comunión con el mundo. Todos los tales que pretenden ser cristianos, no tienen derecho a arrogarse ese nombre, porque cristiano es el que se parece a Cristo. Cuando se haga el juicio y todos sean juzgados de acuerdo con las acciones hechas en el cuerpo, ellos verán que han representado mal a Cristo en la vida práctica y que no han sido un sabor de vida para vida, sino un sabor de muerte para muerte. En comunión con ellos habrá una numerosa compañía que se habrá conformado a prácticas viciosas; pero el número no excusará su iniquidad, ni disminuirá su condenación por destruir el poder nervioso del cerebro y la salud física. Todos serán juzgados personalmente. Aparecerán delante de Dios para oír su sentencia (Manuscrito 123, 1901).

Clérigos que fuman.
Cuántos hay que son ministros en el sagrado púlpito, ocupan el lugar de Cristo, buscan a los hombres para que sean reconciliados con Dios, exaltan el Evangelio de gracia, siendo ellos mismos esclavos del apetito y estando contaminados por el tabaco. Están debilitando diariamente el poder nervioso de su cerebro por el uso del sucio tabaco. Y estos hombres pretenden ser embajadores del santo Jesús (Health Reformer, diciembre de 1871).

Nadie puede ser un verdadero ministro de justicia, y estar a la vez bajo el dominio de apetitos sensuales. No puede complacerse en el hábito de fumar, y sin embargo ganar almas para la plataforma de la verdadera temperancia. La nube de humo que sale de sus labios no tiene un efecto saludable sobre los bebedores de alcohol. El sermón evangélico debe provenir de labios no contaminados por el humo del tabaco. Con labios puros y limpios los siervos de Dios deben contar los triunfos de la cruz. 62 La práctica de beber licor, té y café y fumar, debe ser vencida mediante el poder de Dios para convertir. Nada que contamine entrará en el reino de Dios (Manuscrito 86, 1897).

Cuando los clérigos echan su influencia y ejemplo del lado de este hábito perjudicial, ¿qué esperanza hay para los jóvenes? Debemos levantar más y más alto el estandarte de la temperancia. Debemos dar un testimonio claro y decidido contra el uso de las bebidas embriagantes y del tabaco (Manuscrito 82, 1900).

El médico que fuma.
Muchos de los que acuden al médico están arruinando su alma y su cuerpo por el consumo de tabaco o de bebidas embriagantes. El médico fiel a su responsabilidad debe mostrar a estos pacientes la causa de sus padecimientos. Pero si el médico fuma o toma bebidas alcohólicas, ¿qué valor tendrán sus palabras? Al recordar su propia debilidad, ¿no vacilará en señalar la mancha que ve en la vida de su paciente? Mientras siga él mismo usando tales cosas, ¿cómo podrá convencer a los jóvenes de que ellas tienen efectos perniciosos?

¿Cómo puede el médico dar ejemplo de pureza y de dominio propio? ¿Cómo puede ser agente eficaz en la causa de la temperancia, si se entrega a un hábito vicioso? ¿Cómo puede desempeñar provechoso servicio junto al lecho del enfermo y del moribundo, cuando su hábito ofende por estar cargado con el olor del alcohol o del tabaco?

Mientras siga trastornando sus nervios y anublando su cerebro con venenos narcóticos, ¿cómo podrá corresponder a la confianza que en él se deposita como médico entendido? ¡Cuán imposible le resultará diagnosticar con rapidez u obrar con precisión! Si no respeta las leyes que rigen su propio ser, si prefiere sus apetitos a la salud de su mente y cuerpo, ¿no se declara inhabilitado para que le sea confiada la custodia de vidas humanas? (El Ministerio de Curación, pág. 95).

Padre descalificado para las responsabilidades paternas.
Padres, las horas áureas que deberíais emplear en obtener un conocimiento profundo del temperamento y carácter de vuestros hijos, y en aprender la mejor manera de tratar con sus jóvenes mentes, son demasiado preciosas para ser despilfarradas en el pernicioso hábito de fumar o en holgazanear en la taberna. 63
La complacencia en el uso de este venenoso estimulante descalifica al padre para criar a sus hijos en la disciplina y amonestación del Señor. Dios indicó a los hijos de Israel que los padres debían enseñar a sus hijos los estatutos y preceptos de su ley cuando se levantaran, cuando se sentaran, cuando salieran y cuando entraran.

Se presta demasiado poca atención a este mandamiento de Dios, porque Satanás, mediante sus tentaciones, ha encadenado a muchos padres en la esclavitud de hábitos indecorosos y de apetitos perjudiciales. Sus facultades físicas, mentales y morales están tan paralizadas por estos medios, que es imposible para ellos cumplir con sus deberes para con sus familias. Sus mentes están tan atontadas por las influencias estupefacientes del tabaco o el licor, que no se dan cuenta de su responsabilidad de criar a sus hijos para que tengan el poder moral de resistir a la tentación, de controlar el apetito, de ponerse de parte de lo correcto, de no ser influidos por el mal, sino de ejercer una fuerte influencia hacia el bien.

Por la pecaminosa complacencia del apetito pervertido, los padres se ponen a menudo en una condición de excitabilidad o agotamiento nervioso que los incapacita para discriminar entre el bien y el mal, de dirigir sabiamente a sus hijos y de juzgar correctamente sus motivos y acciones. Están en peligro de magnificar enormemente asuntos triviales en su mente, mientras disculpan con liviandad graves pecados. El padre que se ha convertido en esclavo del apetito anormal, que ha sacrificado la virilidad que Dios le ha dado para llegar a ser un adicto del tabaco, no puede enseñar a sus hijos a controlar el apetito y la pasión. Es imposible que él pueda educarlos por precepto o por ejemplo. ¿Cómo puede el padre cuya boca está llena de tabaco, cuyo aliento envenena la atmósfera del hogar, enseñar a sus hijos lecciones de temperancia y autodominio? . . .

Tenidos por responsables del ejemplo y la influencia.
Cuando nos acercamos a los jóvenes que están adquiriendo el hábito de fumar y les hablamos de su perniciosa influencia sobre el organismo, con frecuencia se hacen fuertes citando el ejemplo de sus padres, o de ciertos ministros cristianos, o de buenos y piadosos miembros de iglesia. Dicen: "Si no les hace mal a ellos, tampoco me hará daño a mí". ¡Qué cuenta tendrán que dar a Dios por su intemperancia 64 los profesos cristianos! Su ejemplo fortalece las tentaciones de Satanás para pervertir los sentidos de los jóvenes mediante el uso de estimulantes artificiales; no les parece a ellos una cosa muy mala hacer lo que respetables miembros de iglesia tienen la costumbre de hacer. Pero hay sólo un paso del uso de tabaco al del alcohol: generalmente los dos vicios van juntos.

Miles aprenden a ser bebedores debido a influencias como éstas. Demasiado a menudo sus mismos padres les enseñan la lección sin darse cuenta. Debe realizarse un cambio radical en las cabezas de las familias antes que pueda hacerse mucho progreso en librar la sociedad del monstruo de la intemperancia (Health Reformer, septiembre de 1877).

El que fuma no puede ayudar a los borrachos.
Como dos males gemelos, el tabaco y el alcohol van tomados de la mano (Review and Herald, 9-7-1901). Los que fuman tienen argumentos muy pobres para disuadir al adicto al alcohol. Dos tercios de los borrachos de nuestro país contrajeron el vicio del licor por el hábito de fumar (Signs of the Times, 27-10-1887).

Los fumadores en la obra de temperancia.
Los fumadores no pueden ser obreros aceptables en la causa de la temperancia, porque no son consecuentes con lo que profesan para ocuparse en la obra de temperancia. ¿Cómo pueden hablar al hombre que está destruyendo la razón y la vida al beber licores, mientras sus propios bolsillos están llenos de tabaco, y ellos anhelan estar libres para masticar, fumar y escupir todo lo que quieran? ¿Con qué solvencia pueden abogar por reformas morales ante organizaciones de salud y desde plataformas de temperancia, mientras ellos mismos están bajo la esclavitud del tabaco? Si quieren tener poder para influir sobre la gente para que venza su amor por los estimulantes, sus palabras han de salir con hálito puro y de labios limpios (Testimonies, tomo 5, pág. 441).

¿Qué poder tiene el adicto al tabaco para detener el avance de la intemperancia? Debe realizarse una revolución sobre el problema del tabaco antes que pueda ponerse el hacha a la raíz del árbol. El té, el café y el tabaco, así como las bebidas alcohólicas, son diferentes grados en la escala de los estimulantes artificiales 
(Christian Temperance and Bible Hygiene, pág. 34). 65
(La Temperancia de E. G. de White)


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